Liliana Bonarrigo / De la Redacción de UNO
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Si algo enseña al mundo, atentados como el de Bruselas, París o Atocha, es que estar hipervigilados no nos vuelve una sociedad más segura. Cámaras nos graban, drones nos sobrevuelan, satélites nos monitorean.
Como ciudadanos permitimos esta invasión a nuestra privacidad por una supuesta seguridad, en el plano local y en el orden mundial. Pero, a pesar del celo con que el cerco tecnológico nos controla, es evidente que no se ha puesto freno a la delincuencia ni tampoco se han podido impedir los atentados, lo que pone en duda la eficacia del método pero, sobre todo, sus propósitos. Y es que el control social suele ser de mucha utilidad en tiempos de crisis y de opresión, cuando el descontento gana las calles.
Los objetos tecnológicos inteligentes interconectados, son como chips insertos bajo nuestra epidermis. Nuestros gustos, relaciones, ideas políticas, compras, y hasta nuestra situación fiscal, están disponibles en el ciberespacio. En algunos casos la exposición de nuestra intimidad es voluntaria, pero otras no tanto. Con solo “googlear” nuestros nombres y apellidos, podemos advertir cómo nuestra privacidad está al alcance de todos (haga la prueba).
En un artículo publicado en la edición de febrero de Le Monde Diplomatique, el periodista y doctor en Semiología, Ignacio Ramonet (**), describe cómo Google, con más de 1.000 millones de usuarios, dispone de sensores espías de comportamiento. “El motor Google Search permite saber dónde se encuentra el internauta, lo que busca y en qué momento. El navegador Google Chrome envía directamente a Alphabet (empresa matriz de Google) todo lo que hace el usuario mientras navega. Google Analytics elabora estadísticas de las consultas. Google Plus recoge información complementaria y la mezcla. Gmail analiza la correspondencia intercambiada. El servicio DNS de Google analiza los sitios visitados”, advierte el semiólogo.
Asimismo señala que YouTube, también almacena registros; Google Maps identifica lugar, destino e itinerario de los usuarios; AdWords sabe lo que el navegante quiere vender o promocionar y, con el sistema Android de los smarthphones, Google puede rastrear y saber lo que el usuario hace en la Net.
Cada consulta en red, cada intercambio en Facebook o Gmail, cada uso del teléfono, cada utilización de la tarjeta de crédito, son escaneos de nuestra identidad disponibles para corporaciones, publicitarios, entidades financieras, partidos políticos y gobiernos.
Los ciudadanos nos ponemos las esposas libremente: “Nadie nos obliga a recurrir a Google, pero cuando lo hacemos, Google lo sabe todo de nosotros. Y, según Julian Assange, lo informa a las autoridades estadounidenses”, afirma Ramonet.
En este punto, el director de Le Monde considera que el necesario equilibrio entre libertad y seguridad corre el peligro de romperse y hace una inevitable referencia a 1984, la obra de George Orwell, en la versión fílmica de Michael Radford: “La guerra la hacen los dirigentes contra sus propios ciudadanos, y tiene por objeto mantener intacta la estructura misma de la sociedad (…). “Con el pretexto de proteger al conjunto social, las autoridades ven en cada ciudadano a un potencial delincuente. Y la guerra contra el terrorismo les proporciona una coartada moral impecable para proceder hacia el control social integral”, concluye.
(*) Matrix Trilogía fílmica de las hermanas Lana y Lilly Wachowski (1999-2003 y 2003)
(**) “Google lo sabe todo de ti” publicado por Le Monde Diplomatique (febrero 2016).
Seguridad en la Matrix (*)
23 de marzo 2016 · 07:10hs