Por Leandro Ruíz Díaz
La locura (segunda parte)
Los manantiales de casa roja
Los malvones saludaban el paso de cualquiera, el rocío de la noche anterior los hacía como de vidrio. Yo estaba caído, mi cabeza ida y mis manos sangrando, pero dentro de todo me sentía bien, sin expresarme camine por el pasto, el patio estaba agradable, verde y soleado.
Los ojos me ardían, el sol con su cabellera rubia me aclaraba que ya era casi mediodía, no sabía dónde iba, tan sólo caminaba en ese inmenso lugar. Los pájaros discutían por un poco de comida, unas migajas de quien sabe que, las alimañas lo mismo; todo era hermoso superficialmente, pero en lo profundo se veía una lucha feroz. Esos malvones, ese pasto tan hermoso, eran plásticos, ese sol era violencia. Yo me refugio en un rincón, tan temeroso, tan asustado por lo que vi... que decidí escapar pero no sabía para donde; la duda de que si ese lugar era mío o no, de que si la pobreza era mía o no.
Levanto mis ojos buscando algo, implorando algo y duramente veo que ese Dios no existe, no existe ningún ser capaz de complacer una angustia, de sanar ninguna herida, no hay nada en ese silencio, nada más que una esperanza mentirosa...
Se me acerca una paloma, no sé porque le empecé a hablar y a contar todas mis desventuras y todo lo que veía, era como mi única amiga. Una imagen graciosa y triste, un poco bizarra a mi parecer; todo un desahogo animal. Esta conversación unidireccional llevó varias horas, ya que la noche cayó sobre el patio, ese manto oscuro da cobijo a todas las especies "bajas", cuando la especie que las oprime descansa; es como una pseudo libertad. Ríen, festejan, se reúnen, copulan... sus cuerpos y sus mentes gozan de esa especie de libertad, aunque a veces dañina. Y yo estoy con ellos, yo soy ellos, soy parte, estoy en esa masa de gente. Me animo, salgo de mi refugio, y comienzo a pasear por ese lugar, soy impune, soy la noche, estoy así por un par de horas más y vuelvo a mi casa, como un vampiro que vuelve a su ataúd.
Y como la historia ya lo viene mostrando, allí en mi cama, estaba una de ellas, pero una distinta a las anteriores, pero igualmente hermosa. Esta era de piel clara y de cabellos de colores, y su risa era encantadora, en todo momento en que estuvo conmigo sonrió, de piernas largas y de ojos de negro profundo.
Otra noche
Yo estaba en shock, ni un pestañeo, ni un movimiento, nada. Cada vez que se iban y me dejaban al despertar me quedaba por un rato largo como sin aire, era así, ME DEJABAN SIN AIRE.
Caminaba por la calle fumando (como de costumbre) y en mis manos un puñado de dilemas... ¿Qué me queda a mí de todo esto? ¿Qué gano de ellas? Algunas veces me sentía preso y otras me sentía libre ¿Pero cómo sentirme libre si estaba encerrado en este mundo, en este sistema?, ¿cómo saberlo, si paso de la locura a la extrema locura? ¿Ángeles?
Noches espléndidas fluían de sus ojos, como el agua de los manantiales. Las horas las hacían minutos, eran noches de lujuria las que vivían en mi cama, en esos momentos en que los ángeles llegaban. Caían sobre mi como cazadores sobre su presa, sus besos enamorarían a cualquiera, sus manos fueron capaces de tocar mi alma, de desgarrarla...
Me siento atado, con una bola de metal sujeta a mi tobillo.
Una noche, después de visitar el río, y de recibir ese aire refrescante, me encuentro con una de ellas (esta vez no estaba en mi cama, sino que me esperó en mi puerta). Sus ojos disparaban una y otra vez hacia mí, y sus dientes se clavaron en mi cuello como un vampiro sediento, sentía dolor un dulce dolor. Agarro su cara, la miro fijo y le pregunto porque estaba junto a mí, no me contestó, su boca solo hizo una mueca de compasión y me besó. Me sentí indefenso, junto a semejante mujer o ángel, sus piernas me abrazaban y sus manos, dulces manos de seda, me acariciaban, me entendían, me cubrían. No fue igual que las otras noches. Me había enamorado, aunque reniegue del amor, lo sienta fastidioso, enfermo y sea una droga a la cual siempre le escape, en ese momento lo sentía y era mío. OH! Vanidad, te presentaste con esa mujer y ahora no quieres irte, vanidad un lindo y pesado lastre... una amante a la cual debo alimentar con mi propia carne. ¿Qué locura vas a obligarme a hacer?
Me sentía con suerte y sin ánimo de dejarla irse (creo que por eso esta vez no me dormí); dulcemente ese ángel se levantó de la cama lista para marcharse, pero antes de que se me escapara la tome del tobillo y, le confesé mi amor, mi perdido amor por ella. De mis ojos comenzaron a rodar lágrimas gordas de verdad y pasión, pero sin decir ni una sola palabra y mirándome con sus ojos penetrantes arrancó su pie de mis manos, juro que lo que hice no lo quise hacer, pero lo hice... Me transforme en una bestia, en un animal dolido, y con mi puño de acero la destruí; la quería pero ella a mi no y eso no lo soporte. Envenenado por tanta locura destruí su cuerpo, su alma, lo que amaba.
Luego de semejante brutalidad humana caí de rodillas, lloré como nunca lo había hecho, maldecía mientras su cuerpo yacía en mis brazos. Salgo a la calle atormentado por la locura, no sabía donde ir, ¿la policía?, nunca iban a creerme que mate a un ángel, ¿el loquero?, jamás iría a ese lugar, solo me queda la calle, ese lugar nada pide a cambio...
Lo que quedó de mí
Las mañanas en las que podía volar, las fui perdiendo en algún lugar y, me fui cortando poco a poco en pedazos. Si alguna vez te hice llorar tuve miedo de terminar otra vez con vos, de asesinarte, por favor no olvides de volver a mis ojos que te esperan. Esa vez que yo te maté, yo no sonreí; tu cara se me iba borrando, muy despacio... ¿por qué tiemblo cuando no estás a mi lado?
Tuve mil formas de llorar (ya todas se me han olvidado), amargado tiro todo, cuelgo todo, acompaño mi amanecer acartonado, tostado, mordido por mí y por la vanidad de ser. Absorbo el Sol con mis alas, tibiamente recogidas al hombro. Los ojos del Sol reían apacibles y sencillos, mientras yo estaba tirado dormitando en la hierba, dulce hierba. Estaba vacío (retirado de mi mismo), sin maldad y sin sutileza de ser yo; tan mío como tan tuyo. Así como me sentís...
Me cubrí los ojos y las lágrimas rodaron por mi rostro nuevamente. Volví a llorar. Y pude ver por entre mis manos tu belleza sagas, armoniosa. Tus ojos grandes y negros... tus curvas de mujer plácida (muy delicadas) colgaban de vos, como flores. Pero cada tanto caía, siendo yo, estando ahí, violeta y arrugado, solo de todo y de todos, y vos ya no estabas. Esperanza tengo, de otra vez encontrarte (acá y ahora), donde nadie nos puede encontrar, donde la oscuridad no llega pero la luz alumbra, en ese lugar que sólo es para vos y para mi, ese mundo de imaginación.
Te me vas lejos, muy lejos, con tu corazón y el mío. No puedo encontrarte, las mañanas se me rompen caen como lluvia, como espejos rotos del cielo. No sé más, no sé nada, no puedo terminarme.