Esta semana supimos que los cangrejos sienten dolor. Gracias a la ciencia sueca, la alta cocina está reculando, porque se ha demostrado que poseen receptores en los tejidos blandos y, por eso, echarlos al agua hirviendo es una tortura.
La esclavitud puede detectarse como el dolor de los cangrejos
En el Día para la Abolición, aprender de la experiencia con el Covid y con los artrópodos para un diagnóstico y un remedio muy a mano.
¿Era necesario hurgar en sus neuronas para darnos cuenta? Ahora, ¿deberemos convocar a los científicos de esa Universidad de Gotemburgo para que realicen electroencefalogramas en las madres de los barrios hacinados de la Argentina? ¿Tomaremos conciencia, por esa vía, de la continuidad de la esclavitud y la servidumbre, esa tortura?
La novedad de los cangrejos nos ayuda a reflexionar. También el Covid-19. Y es que la experiencia de la pandemia da pistas sobre el modo de diagnosticar el empobrecimiento y otras opresiones, como veremos más abajo, para encontrarles cura.
Con vistas al Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, cada 2 de Diciembre, empezaremos por abolir la ceguera que nos impide ver los modos de la esclavitud y la servidumbre de hoy. Abolir la distorsión que ubica la esclavitud allá lejos y hace tiempo, y nos incluye en el bando de “los buenos” sin mover un dedo.
Una vez que tomemos conciencia de la actualidad de ese flagelo habremos iniciado el camino de la emancipación, por ahora clausurado. En fin: echar a las personas al volcadero, y a los cangrejos a la olla, puede dolerles.
Naturalizar
La fecha fue elegida en virtud de un Convenio firmado por las Naciones Unidas un 2 de diciembre de 1949 para reprimir la trata de personas, la explotación sexual, el uso de niños en el trabajo o la guerra, etc. Todo eso presente en el mundo del siglo XXI.
Hoy naturalizamos aberraciones como ayer fueron naturalizadas aberraciones. Ni más ni menos. (Esa vigencia no nos lleva a bajarle el precio, claro, a los horrores de la esclavización con comparaciones grotescas).
En la Argentina ha sido naturalizado el encierro de millones en barrios hacinados con muchos de ellos desocupados y en la indigencia, cuando no en el hambre. Si alguien propone devolver una hectárea a cada indigente, y así favorecer a un millón de familias, será tildado de idealista, sino anormal, porque lo “normal” en la Argentina es que una sola persona acapare un millón de hectáreas. Decenas de Constituciones, miles de leyes, poderes llamados “públicos” a diestra y siniestra, para esto…
El artículo 16 de la Constitución dice que la nación “no admite prerrogativas de nacimiento”. Más claridad no se consigue. ¿Por qué, entonces, María nace con hambre y Pedro nace con un millón de hectáreas en las que caben decenas de países?
Cinco niños argentinos murieron por desnutrición en una semana, en marzo de este año, en una sola zona: Santa Victoria, de Salta. Hay allí problemas de atención de la salud, alimentación, infraestructura en comunicaciones; falta agua potable… ¿Sufrirán sus mamás wichís? ¿Tendremos que analizar sus neuronas para saberlo? Cuando conocemos los despilfarros de los sucesivos gobiernos en suntuosidades y caprichos, y pensamos que hay familias sin garantía de agua potable, advertimos el rol que ha tenido el estado.
Los modos modernos de la opresión son variados. Ciertos poderes toman a la biodiversidad de rehén, y dentro de la biodiversidad, las personas que no calzan en su sistema son amontonadas para el descarte.
Como decía Jauretche, ven que el sombrero queda chico, entonces optan por reducir la cabeza.
Los mismos administradores que acusan al estado de haber provocado mil distorsiones por un siglo entero fortalecen en el estado su monopolio de la violencia, para reprimir a quienes proponen cambiar el estado de cosas. ‘Todo está mal pero ni se les ocurra modificarlo’, parecen decir.
Trabajo y aglomeración
Estudiosos de las consecuencias del desempleo enumeran: estrés, disminución de la autoestima, sentimientos de incapacidad y de culpa, deterioro de las relaciones familiares, aislamiento social, alteración de la salud psicológica, depresión, ansiedad, desesperación, inestabilidad, mal humor, aumento de riesgo de enfermedades coronarias, pérdida de concentración y de habilidades, dificultades en la comunicación… Una persona sin trabajo puede sufrir diversos trastornos, y si advierte que por eso sus pares o sus hijos sufren carencias extremas, incluso en el plato de comida, entonces su malestar se multiplica.
¿Cuántos trabajadores desocupados abandonan la búsqueda de empleo, resignados? Por siglos, el sistema dejó una porción de trabajadores haciendo cola por empleo, para mantener a raya a los ocupados. La novedad de estas décadas está en los bolsones que sobran.
Los problemas de un desocupado (mujer o varón) se potencian si vive en un barrio hacinado, en donde se detectan dificultades en la salud, los edificios, la seguridad, el acceso a servicios, la presión del narcotráfico; inundaciones, violencias diversas… Hay estudios que demostraron un mayor exceso de mortalidad por Covid en barrios hacinados. Vale de muestra.
Cuando algunas de las víctimas de la desocupación y el hacinamiento se convierten en victimarias porque cometen delitos y son condenadas a prisión, entonces allí sufrirán otra opresión, porque las cárceles en general no fueron preparadas para la recuperación y allí los pobres están también hacinados, es decir: la Constitución manda que las cárceles no sean para castigo, y son para castigo.
Segunda libertad de vientres
En 1813 se firmó en el país la Libertad de Vientres. Desde entonces nadie nace esclavo en la Argentina. Fue un paso adelante, y también un ardid para dar continuidad al sistema esclavista, si los esclavizados siguieron así hasta la Constitución de 1853, y la provincia de Buenos Aires (que se separó de la Confederación) preservó el régimen casi una década más.
Los esclavizados se habían rebelado en miles de ocasiones; en algunos casos llegaron a formar países de liberados, llamados quilombos. Hacia 1790, los haitianos lucharon contra el sistema de esclavitud y por la independencia, y triunfaron en 1804. Ese fue y es nuestro modelo. Todo era conocido por los revolucionarios argentinos cuando en 1813 decidieron dar continuidad a la esclavización, y ubicar a los esclavizados al frente de los batallones para la “independencia”…
Sin embargo, la Libertad de Vientres tuvo sus méritos. Devolvió la dignidad a los niños y las niñas (sólo en parte, porque continuaban siendo hijos de esclavizados), y generó expectativas en padres, madres, abuelos, abuelas…
La Argentina no se animó en su momento a abolir la esclavización de una y para siempre, pero colaboró un poquito con el cambio a través de la Libertad de Vientres. Con esta experiencia, podemos decir: si hoy no nos animamos a revertir de una y para siempre la injusticia de la desocupación, el desarraigo, el hacinamiento (con sus efectos fatales), bien podríamos dar aquel pacito de 1813 y declarar una segunda libertad de vientres para que, de ahora en más, ningún niño nazca hacinado.
Caitruz nos enseña
La esclavización es un crimen de lesa humanidad. Involucra capturas, apropiación, toma de rehenes, torturas, violaciones, trabajos forzados, matanzas. Tanto en pueblos ancestrales del Abya yala (América) como en comunidades apresadas en África, son delitos de lesa humanidad (en la base de sistemas actuales), y no prescriben. ¿Cómo desagraviar? ¿Cómo indemnizar, cuando es tan difícil discernir quién es quién, por el paso del tiempo?
La forma de superar esta duda es sencilla. Veamos lo que dice Damacio Caitruz: “hay que tenerle mucho amor a nuestro dios por lo que nos ha dado. Entonces, por eso, nosotros rogamos todos, en el ngillatún, para todos… no para mí nomás… no para mapuche nomás… el mapuche ruega para todo el mundo”. Esta enseñanza ancestral es central: no se trata de hurgar en el ADN, se trata de ver en cada persona hacinada de hoy, cada familia al margen, una víctima. El desagravio y la compensación deben llegar a todos. La solución es sencilla y evidente, ¿por qué la esquivamos? Para defender privilegios. No hay más explicación. ¿O admitiremos que estos crímenes de lesa humanidad no deben ser resarcidos, porque el reparto no nos conviene?
En el mejor de los casos, cuando una persona logra en la Argentina un trabajo más o menos estable en este año 2024, con un sueldito mediano, sus posibilidades de hacerse de un terreno como la gente, de un techo como la gente, son escasas. En el peor de los casos, cuando vive en la informalidad, de changas, lo que puede ocurrir es que pierda incluso lo poco que le quedó en herencia, incluida la paciencia.
Los gobiernos y los estados que permitieron y hasta promovieron la esclavización tienen continuidad jurídica en los actuales. ¿Cuál es el sentido de un estado si no revierte algunas herencias como el supremacismo (de personas y de regiones), la migración forzada, el desarraigo, la desocupación, el hacinamiento, la marginación de millones?
Coronavirus sin testeo
Durante la pandemia de Covid-19, en un momento los especialistas decidieron confirmar el positivo por diagnóstico clínico en contexto de epidemia, sin necesidad de testeo. Dicho en criollo: si tiene cuatro patas y ladra, es perro, sin muchas vueltas.
La pobreza, el hacinamiento, el hambre, como herencias del sistema racista deben ser tratados de la misma forma que el Covid: para indemnizar a las víctimas de la esclavización y la servidumbre (mayoría africanos o pueblos ancestrales del Abya yala, mayoría “cabecitas negras”), no es lógico elucidar la fuente de la marginalidad de unos y otros, estudiar el ADN o el árbol genealógico. Basta con observar el estado actual y actuar en consecuencia. Un diagnóstico clínico de la marginación, en contexto de epidemia de marginación, nos obliga a ofrecer un tratamiento. Y puede empezar por esta segunda libertad de vientres, que consiste en colaborar para que las niñas y los niños no pierdan su sonrisa, y que esa sonrisa devuelva al país la dignidad perdida. Un espacio adecuado, un lugar común donde cultivar alimentos, un sauce donde la vecindad pueda tomarse unos mates a la sombra. El amontonamiento nos oculta el sol y las estrellas, nos priva de un horizonte en todo sentido. Gobernar es “deshacinar”, gobernar es devolver ese horizonte.
En algunas provincias de la Argentina, como Entre Ríos, el hacinamiento existe aún después de décadas de desarraigo y destierro. Vastos territorios donde la población fue literalmente barrida, y pequeños espacios de amontonamiento: esa es la norma.
La ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires luchan en estas décadas por derecha y por no tan derecha para mejorar sus presupuestos, a costa de los territorios más pobres, con la excusa de haber atendido a los expulsados de otros territorios. Esa falacia no resiste el menor análisis desde el “índice destierro”, que el poder esconde deliberadamente en las ecuaciones; el poder de la colonialidad interna se maquilla y aparece con distintos rostros.
La alta densidad poblacional es un problema. El hacinamiento es otro. Privar de un lugar a las personas en un país como la Argentina con 17 habitantes por kilómetro cuadrado da vergüenza ajena, y eso ocurre en el aquí y ahora. ¿Qué queda para Chile y Perú con 27 habitantes por km2? ¿Y para Venezuela con 30, para México y Ecuador con más de 60, para Honduras con casi 90? ¿Qué queda para Cuba con más de 100, para Guatemala con 164, El Salvador con más de 300, Haití con más de 400 persona por km2?
La Argentina precisa un sacudón. Abolir las nuevas formas de esclavización exige, primero, detectarlas, hacerlas carne. Lejos por ahora del necesario jubileo, empecemos por conjugar el verbo “deshacinar” en la niñez y veremos a todo un país celebrando la segunda libertad de vientres, la recuperación de la armonía; celebrando la segunda independencia.